Lo que ya no va a encontrar en la biografia del Cardenal Bergoglio nuevo Papa
Actuación de
Bergoglio durante la dictadura argentina
En principio, puede afirmarse que no existen documentos
verosímiles que indiquen que el cardenal Bergoglio haya desempeñado durante la
Dictadura Militar colaboración con el régimen en contra de civiles o
sacerdotes. Tampoco existe procesamiento o sentencia en juicio penal sobre este
materia contra el prelado. Sin embargo, varios testigos relataron que su actuación
durante el Proceso de Reorganización Nacional como sacerdote con poder político
no solo no ayudó, sino que perjudicó a numerosos sacerdotes y laicos
secuestrados, torturados y desaparecidos. En abril de 2010, su rol en la
desaparición de sacerdotes y el apoyo a la represión habría sido confirmado por
cinco testimonios: un sacerdote, un exsacerdote, una teóloga, un seglar de una
fraternidad laica que en 1976 denunció en el Vaticano lo que ocurría en la
Argentina, y un laico que fue secuestrado junto con dos sacerdotes. Bergoglio
tuvo una reacción indignada ante estas acusaciones, y atribuyó al gobierno el
escrutinio de sus actos.
En 2010, el periodista Sergio
Rubín escribió un libro denominado El
jesuita en el que se refiere a «una denuncia periodística publicada unos
pocos años atrás en Buenos Aires». Se refiere la del periodista Horacio
Verbitsky en el diario Página/12 del 25 de abril de 1999 y del 9 de mayo de
1999, más tres libros.
En otro orden, si bien Bergoglio niega haber mutilado
documentos para encubrir su actitud colaboracionista con la dictadura,
Verbitsky publicó los documentos originales y el facsímil del libro para que
los lectores pudiesen comparar.
A posteriori, cinco testimonios de curas y teólogos
confirmarían el rol del cardenal durante la dictadura militar argentina en la
desaparición de sacerdotes y su apoyo a la represión dictatorial. Los testigos
son un sacerdote y un ex sacerdote, una teóloga, un seglar de una fraternidad
laica que denunció en el Vaticano lo que ocurría en la Argentina en 1976 y un
laico que fue secuestrado y torturado junto con dos sacerdotes que no
reaparecieron. El 8 de noviembre debió responder ante la Justicia por su
presunta complicidad con la dictadura.
Relato por Horacio
Verbitsky
Cinco nuevos testimonios, ofrecidos en forma espontánea a
raíz de la nota “Su pasado lo condena”, confirman el rol del ahora cardenal
Jorge Bergoglio en la represión del gobierno militar sobre las filas de la
Iglesia Católica que hoy preside, incluyendo la desaparición de sacerdotes.
Quienes hablan son una teóloga que durante décadas enseñó catequesis en
colegios del obispado de Morón, el ex superior de una Fraternidad sacerdotal
que fue diezmada por las desapariciones forzadas, un seglar de la misma
Fraternidad que denunció los casos al Vaticano, un sacerdote y un laico que
fueron secuestrados y torturados.
Teóloga con minifalda
Dos meses después del golpe militar de 1976 el obispo de
Morón, Miguel Raspanti, intentó proteger a los sacerdotes Orlando Yorio y
Francisco Jalics porque temía que fueran secuestrados, pero Bergoglio se opuso.
Así lo indica la ex profesora de catequesis en colegios de la diócesis de
Morón, Marina Rubino, quien en esa época estudiaba teología en el Colegio
Máximo de San Miguel, donde vivía Bergoglio. Por esa circunstancia conocía a
ambos. Además había sido alumna de Yorio y Jalics y sabía del riesgo que
corrían. Marina decidió dar su testimonio luego de leer la nota sobre el libro
de descargo de Bergoglio.
Marina Rubino
vive en Morón desde siempre. En el Colegio del Sagrado Corazón de Castelar daba
catequesis a los chicos y formaba a los padres, que le parecía lo más
importante. “Una vez por mes nos reuníamos con ellos. Era un trabajo hermoso.
Esta experiencia duró quince años”. También dio cursos de iniciación bíblica
“en todos los lugares no turísticos de la Argentina. Teníamos una publicación,
con comentarios a los textos de los domingos, queríamos que las comunidades
tuvieran elementos para pensar”. Desde que se jubiló da clases de telar, en
centros culturales, sociedades de fomento o casas.
No quiso ingresar al seminario de Villa Devoto porque no le
interesaba la formación tomista, sino la Biblia. En 1972 comenzó a estudiar
Teología en la Universidad del Salvador. La carrera se cursaba en el Colegio
Máximo de San Miguel. En primer año tuvo como profesor a Francisco Jalics y en
segundo a Orlando Yorio. Mientras estudiaba, coordinaba la catequesis en el
colegio Sagrado Corazón de Castelar, donde también estaba la religiosa francesa
Léonie Duquet. “Eran tiempos difíciles. Por hacer en el colegio una opción por
los pobres tomándonos en serio el Concilio Vaticano II y la reunión del CELAM
en Medellín perdimos la mitad del alumnado. Pero mantuvimos esa opción y
seguimos formando personas más abiertas a la realidad y al compromiso con los
más necesitados sosteniendo que la fe tiene que fortalecer estas actitudes y no
las contrarias.” El obispo era Miguel Raspanti, quien entonces tenía 68 años y
había sido ordenado en 1957, en los últimos años del reinado de Pío XII. Era un
hombre bien intencionado que hizo todos los esfuerzos por adaptarse a los
cambios del Concilio, en el que participó.
Después del cordobazo de 1969
repudió las estructuras injustas del capitalismo e instó al compromiso con “la
liberación de nuestros hermanos necesitados”. Pero el problema más grave que
pudo identificar en Morón fue el aumento de los impuestos al pequeño
comerciante y el propietario de la clase media. “Muchas veces hubo que discutir
y sostener estas opciones en el obispado y monseñor Raspanti solía terminar las
entrevistas diciéndonos que si creíamos que había que hacer tal o cual cosa, si
estábamos convencidos, él nos apoyaba”, recuerda Marina. Sus palabras son
seguidas con atención por su esposo, Pepe Godino, un ex cura de Santa María, Córdoba,
que integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Marina cursaba teología en San Miguel de 8.30 a 12.30. No le
habían dado la beca porque era mujer, pero como era la coordinadora de
catequesis en un colegio del obispado, Raspanti intercedió y obtuvo que una
entidad alemana se hiciera cargo del costo de sus estudios. Tampoco le
quisieron dar el título cuando se recibió, en 1977. El director del teologado,
José Luis Lazzarini, le dijo que había un problema, que no se habían dado
cuenta de que era mujer. Marina partió en busca de quien la había recibido al
ingresar, el jesuita Víctor Marangoni:
–Cuando me viste por primera vez, ¿te diste cuenta o no de
que era mujer?
–Sí, claro, ¿por qué? –respondió azorado el vicerrector ante
esa tromba en minifalda.
–Porque Lazzarini no me quiere dar el título.
Marangoni se encargó de reparar ese absurdo. Marina tiene su
título pero nunca se realizó la entrega oficial.
La desprotección
Un mediodía, al salir de sus cursos, “lo encuentro a
monseñor Raspanti parado en el hall de entrada, solo. No sé por qué lo tenían
allí esperando. Estaba muy silencioso, le pregunté si esperaba a alguien y me
dijo que sí, que al padre provincial Bergoglio. Tenía el rostro demudado,
pálido, creí que estaba descompuesto. Lo saludé, le pregunté si se sentía bien,
y lo invité a pasar a un saloncito de los que había junto al hall”.
–No, no me siento mal, pero estoy muy preocupado –le
respondió Raspanti.
Marina dice que tiene una memoria fotográfica de aquel día.
Habla con voz calma pero se advierte el apasionamiento en sus ojos grandes y
expresivos. Pepe la mira con ternura.
“Me impresionó verlo solo a Raspanti, que siempre iba con su
secretario”, dice. Marina sabía que sus profesores Jalics y Yorio y un tercer
jesuita que trabajaba con ella en el colegio de Castelar, Luis Dourron, habían
pedido pasar a la diócesis de Morón. Yorio, Jalics, Dourron y Enrique
Rastellini, que también era jesuita, vivían en comunidad desde 1970, primero en
Ituzaingó y luego en el Barrio Rivadavia, junto a la Gran Villa del Bajo
Flores, con conocimiento y aprobación de los sucesivos provinciales de la
Compañía de Jesús, Ricardo Dick O’Farrell y Bergoglio. “Le dije que Orlando y
Francisco habían sido profesores míos y que Luis trabajaba con nosotros en la diócesis,
que eran intachables, que no dudara en recibirlos. Todos estábamos pendientes
de que pudieran venir a Morón. Ninguno de los que conocíamos la situación nos
oponíamos. Raspanti me dijo que de eso venía a hablar con Bergoglio. A Luis ya
lo había recibido, pero necesitaba una carta en la que Bergoglio autorizara el
pase de Yorio y Jalics.”
Marina entendió que era una simple formalidad, pero Raspanti
le aclaró que la situación era más complicada. “Con las malas referencias que
Bergoglio le había mandado él no podía recibirlos en la diócesis. Estaba muy
angustiado porque en ese momento Orlando y Francisco no dependían de ninguna
autoridad eclesiástica y, me dijo:
–No puedo dejar a dos sacerdotes en esa situación ni puedo
recibirlos con el informe que me mandó. Vengo a pedirle que simplemente los
autorice y que retire ese informe que decía cosas muy graves.
Cualquiera que ayudara a pensar era guerrillero, comenta
Marina. Acompañó a su obispo hasta que Bergoglio lo recibió y luego se fue. Al
salir vio que tampoco estaba en el estacionamiento el auto de Raspanti. “Debe
haber venido en colectivo, para que nadie lo siguiera. Quería que la cosa
quedara entre ellos dos. Estaba haciendo lo imposible por darles resguardo.”
La teóloga agrega que le impresionó la angustia de Raspanti,
“que si bien no podía ser calificado de obispo progresista, siempre nos
defendió, defendió a los curas cuestionados de la diócesis, se llevaba a dormir
a la casa episcopal a los que corrían más riesgo y nunca nos prohibió hacer o
decir algo que consideráramos fruto de nuestro compromiso cristiano. Como buen
salesiano se portaba como una gallina clueca con sus curas y sus laicos,
cobijaba, cuidaba aunque no estuviera de acuerdo. Eran puntos de vista
distintos, pero él sabía escuchar y aceptaba muchas cosas”. Uno de esos curas
es Luis Piguillem, quien había sido amenazado. Regresaba en bicicleta cuando se
topó con un cordón policial que impedía el paso. Insistió en que quería pasar,
porque su casa estaba en el barrio y un policía le dijo:
–Vas a tener que esperar porque estamos haciendo un
operativo en la casa del cura.
Piguillem dio vuelta con su bicicleta y se alejó sin mirar
hacia atrás. De allí fue al obispado de Morón, donde Raspanti le dio refugio.
Los militares dijeron que se había escondido bajo las polleras del obispo. Pero
no se atrevieron a buscarlo allí.
–¿Raspanti era consciente del riesgo que corrían Yorio y
Jalics?
–Sí. Dijo que tenía miedo de que desaparecieran. No pueden
quedar dos sacerdotes en el aire, sin un responsable jerárquico. Pocos días
después supimos que se los habían llevado.
De Córdoba a
Cleveland
Otro testimonio recogido a raíz de la publicación del
domingo es el del sacerdote Alejandro Dausa, quien el martes 3 de agosto de
1976 fue secuestrado en Córdoba, cuando era seminarista de la Orden de los
Misioneros de Nuestra Señora de La Salette. Luego de seis meses en los que fue
torturado por la policía cordobesa en el Departamento de Inteligencia D2 pudo
viajar a Estados Unidos, adonde ya había llegado el responsable del seminario,
el sacerdote estadounidense James Weeks, por quien se interesó el gobierno de
su país. Este año se realizará en Córdoba el juicio por aquel episodio, cuyo
principal responsable es el general Luciano Menéndez. Ahora Dausa vive en
Bolivia y cuenta que tanto Yorio como Jalics le dijeron que Bergoglio los había
entregado.
Al llegar a Estados Unidos supo por organismos de derechos
humanos que Jalics se encontraba en Cleveland, en casa de una hermana. Dausa y
los otros seminaristas, que estaban iniciando el noviciado, lo invitaron a
dirigir dos retiros espirituales. Ambos se realizaron en 1977, uno en Altamont
(estado de Nueva York) y otro en Ipswich (Massachusetts). Recuerda Dausa: “Como
es natural, conversamos sobre los secuestros respectivos, detalles,
características, antecedentes, señales previas, personas involucradas, etc. En
esas conversaciones nos indicó que los había entregado o denunciado Bergoglio”.
En la década siguiente, Dausa trabajaba como cura en Bolivia
y participaba de los retiros anuales de La Salette en Argentina. En uno de
ellos los organizadores invitaron a Orlando Yorio, que para esa época trabajaba
en Quilmes. “El retiro fue en Carlos Paz, Córdoba, y también en ese caso
conversamos sobre la experiencia del secuestro. Orlando indicó lo mismo que
Jalics sobre la responsabilidad de Bergoglio.”
Los asuncionistas
Yorio y Jalics fueron secuestrados el 23 de mayo de 1976 y
conducidos a la ESMA, donde los interrogó un especialista en asuntos
eclesiásticos que conocía la obra teológica de Yorio. En uno de los
interrogatorios le preguntó por los seminaristas asuncionistas Carlos Antonio
Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez. Ambos eran compañeros de Marina Rubino en
el Teologado de San Miguel y desarrollaban trabajo social en el barrio popular
La Manuelita, de San Miguel, donde vivían y atendían la capilla Jesús Obrero.
De allí fueron secuestrados diez días después que los dos jesuitas, el 4 de
junio de 1976, y llevados a la misma casa operativa que Yorio y Jalics. A media
mañana Di Pietro llamó por teléfono al superior asuncionista Roberto Favre y le
preguntó por el sacerdote Jorge Adur, que vivía con ellos en La Manuelita. "Recibimos un telegrama para él y se lo tenemos que entregar "dijo.
De ese modo, consiguió que la Orden se pusiera en
movimiento. El superior Roberto Favre presentó un recurso de hábeas corpus, que
no obtuvo respuesta. Adur logró salir del país, con ayuda del nuncio Pio Laghi,
y se exilió en Francia. Volvió en forma clandestina en 1980, convertido en
capellán del autodenominado “Ejército Montonero” y fue detenido-desaparecido en
el trayecto a Brasil, donde procuraba entrevistarse con el papa Juan Pablo II.
El mismo camino del exilio siguió uno de los detenidos en la razzia del barrio
La Manuelita, el entonces estudiante de medicina y hoy médico Lorenzo Riquelme.
Cuando recuperó su libertad la Fraternidad de los Hermanitos del Evangelio le
dio hospitalidad en su casa porteña de la calle Malabia. En comunicaciones
desde Francia con quien era entonces el superior de los Hermanitos del
Evangelio, Patrick Rice, Riquelme dijo que quien lo denunció fue un jesuita del
Colegio de San Miguel, quien era a la vez capellán del Ejército. Está
convencido de que ese sacerdote presenció las torturas que le aplicaron, cree
que en Campo de Mayo.
El ablande
También como consecuencia de la nota del domingo aceptó
narrar su conocimiento del caso un fundador de la Fraternidad seglar de los
Hermanitos del Evangelio Charles de Foucauld, Roberto Scordato. Entre fines de
octubre y principios de noviembre de 1976, Scordato se reunió en Roma con el
cardenal Eduardo Pironio, quien era prefecto de la Congregación vaticana para
los religiosos, y le comunicó el nombre y apellido de un sacerdote de la
comunidad jesuita de San Miguel que participaba en las sesiones de tortura en
Campo de Mayo con el rol de “ablandar espiritualmente” a los detenidos.
Scordato le pidió que lo transmitiera al superior general Pedro Arrupe pero
ignora el resultado de su gestión, si tuvo alguno. Consultado para esta nota
Rice, quien también fue secuestrado y torturado ese año, dijo que eso no
hubiera sido posible sin la aprobación del padre provincial. Rice y Scordato
creen que ese jesuita se apellidaba González pero a 34 años de distancia no lo
recuerdan con certeza.
Iracundia
Como cada vez que su pasado lo alcanza, Bergoglio atribuye
la divulgación de sus actos al gobierno nacional. Esta semana reaccionó con
furia, durante la homilía que pronunció en una misa para estudiantes. En lo que
su vocero describió como “un mensaje al poder político”, dijo que “no tenemos
derecho a cambiarle la identidad y la orientación a la Patria”, sino
“proyectarla hacia el futuro en una utopía que sea continuidad con lo que nos
fue dado”, que los chicos no tienen otro horizonte que comprar un papelito de
merca en la esquina de la escuela y que los dirigentes procuran trepar, abultar
la caja y promover a los amigos. Con este ánimo iracundo inaugurará mañana en
San Miguel la primera asamblea plenaria del Episcopado de 2010.
El relato de Lorenzo
Riquelme
El médico Lorenzo Riquelme, hoy de 58 años y residente en
Francia, dice que la patota que lo secuestró y lo torturó en 1976 salió de la
sede principal de la Compañía de Jesús, donde vivía y era principal responsable
el superior provincial Jorge Mario Bergoglio. Riquelme tenía militancia en la
Juventud Peronista y en el movimiento cristiano vinculado con los curas del
tercer mundo. Para averiguar dónde encontrarlo golpearon a su novia, que
trabajaba en el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel, dentro del predio
del Colegio Máximo. Riquelme cree que se trató de un grupo operativo de la
Armada que tomó posiciones allí después del golpe. En esos apremios participó
un sacerdote que con autorización de Bergoglio era capellán militar de la
Escuela de Suboficiales General Lemos, en la vecina guarnición de Campo de
Mayo. El ex jesuita Miguel Ignacio Mom Debussy, hoy de 63 años, hizo los votos
el 13 de marzo de 1976 y Bergoglio fue su padrino de ordenación el 3 de
diciembre de 1984. En los viajes entre San Miguel y la Ciudad de Buenos Aires
en los que le hacía de chofer, Bergoglio le habló del proyecto político del
jefe de la Armada, Emilio Massera, y le comentó que se había reunido con él
varias veces.
El mago González
El Observatorio fue un lugar de encuentro de la militancia
en los últimos años de la década del 60 y los primeros de la siguiente. Mucha
gente de la zona almorzaba en su comedor, que era muy barato, y pasó a ser
punto de reunión y de discusiones políticas. Entre quienes pasaron por allí
estuvo Marcelo Kurlat, El Monra, uno de los dirigentes de las FAR, que luego
del golpe murió al resistirse al secuestro por el grupo de tareas de la ESMA.
El periodista Horacio Ríos trabajaba en la Municipalidad de San Miguel (hoy
General Sarmiento), militaba en la JTP e integraba la comisión directiva del
sindicato municipal. Su madre y su hermano trabajaban en el Observatorio. Ríos
ayudó a crear una comisión interna muy combativa, que entre 1973 y 1975 logró
importantes reivindicaciones. Los jesuitas no estaban muy conformes con que la
efervescencia política de la que habían participado afectara sus propias
instituciones. La esposa de Ríos era Graciela Podestá, quien entre 1999 y 2003
fue diputada bonaerense por el Frepaso. El ex jesuita Alberto Sily narra que
poco antes del golpe muchos científicos y técnicos del Observatorio recibieron
cartas con amenazas de la Triple A y cinco de los principales se exiliaron, en
Uruguay y en México. Podestá y Ríos recuerdan a un jesuita de apellido español,
que no trabajaba en el Observatorio pero vivía en el Colegio Máximo, que
siempre “llegaba con dos tipos armados con FAL”.
Ese fue el sacerdote que participó en los apremios a la
novia de Riquelme. Su nombre era Martín González. Mientras la golpeaban,
González le sugería que colaborara. “El torturador malo y el torturador bueno”,
dice Riquelme. Antes que comenzara a operar la Triple A ese sacerdote se
comportaba “como una ovejita” pero luego del golpe “pasó a ser un lobo”, dice
Graciela Podestá. Mom Debussy se sorprendió al conocer ese rol. “Lo
considerábamos muy bueno. Nos divertía con sus actos de prestidigitación.
Cuando murió lo afeité y lo coloqué en el cajón”. Para Riquelme fue más que una
sorpresa: “Era como si mi padre me hubiera traicionado, como una violación.
Nosotros teníamos una agrupación de scouts, de la que González era capellán.
Hacía magia, nos sacaba pañuelos de la oreja, nos enseñaba los trucos”. Ambos
consideran imposible que estos hechos pudieran ocurrir sin aprobación de
Bergoglio, quien ejercía un control absoluto sobre todo lo que ocurría en su
sede. “Cuando asumió como provincial, en julio de 1973, mudó la curia
provincial, que estaba en la calle Bogotá, de Caballito, al Colegio Máximo,
para controlar mejor a los novicios y a los profesores. Allí se apropió del
departamento del rector, y lo redecoró. Constaba de despacho, dormitorio y
baño. Decía que cada uno es libre de hacer de su culo un florero, pero
controlaba todo, desde la mentalidad a lo que hacías, se metía en las
habitaciones individuales, revisaba cada cosa”, relata Mom Debussy.
Mom Debussy se
define como “la oveja negra de una familia de la oligarquía”. Por vía
paterna desciende de Juan Martín de Pueyrredón y su abuelo materno era hermano
del músico francés Claude Debussy. Su madre fue fundadora de la Democracia
Cristiana, “de la línea garca de Manuel Ordóñez”. Eligió ser jesuita porque se
llamaba Ignacio y era “la orden más aristocrática y combativa”. Riquelme, en
cambio, proviene de una familia humilde y creció en el Barrio La Manuelita, a
pocas cuadras del Máximo. “Pasaba el día con los jesuitas”, evoca. Cuenta que
en “el pequeño Vaticano” que era San Miguel “todos se conocían. También los
milicos vivían allí. Iban a misa en el Colegio Máximo y sus hijos estudiaban en
los colegios católicos. Muchos militantes del Peronismo de Base vivían en el
Barrio Villa Mitre y trabajaban en el Colegio Máximo, durante los años
culminantes del progresismo católico, en 1972 y 1973. Había también ex
seminaristas. Estaban en comunidades orientadas por el sacerdote italiano
Arturo Paoli”. Bergoglio se encargó de suprimir ese fenómeno. En la primera
congregación provincial que presidió, en abril de 1974, dijo que los jesuitas
debían evitar lo que llamó las “ideologías abstractas no coincidentes con la
realidad” y reaccionar con “sana alergia cada vez que se pretende reconocer a
la Argentina a través de teorías que no han surgido de nuestra realidad
nacional”. Mom Debussy recuerda que hacia fines de 1974, “Bergoglio nos mandó a
una manifestación de Isabelita en la Plaza de Mayo”. María Estela Martínez de
Perón salió al balcón “vestida de rosa y habló de anular contratos con la
Siemens. Al frente de nuestro grupo puso al maestro de novicios Andrés Swinnen.
Tuvimos que ir todos con una bandera argentina”. Bergoglio era amigo personal
del coronel Vicente Damasco, a quien visitaba en su casa de la calle Asunción,
en Villa Devoto. Damasco fue encargado de la custodia de Juan D. Perón y
profesor de Planeamiento y Organización en la sede San Miguel de la Universidad
jesuita del Salvador. Con el asesoramiento de Bergoglio elaboró un proyecto de
reforma constitucional. El primero de sus ocho principios orientadores decía
que “la Divinidad es la medida de todas las cosas”.
El proyecto de
Massera
“Ahora dice que viaja en subte y colectivo. En la larga
década en que yo lo serví no iba a ningún lado sin el auto, ni siquiera a los
barrios que estaban a pocas cuadras, como La Manuelita”, refuta Mom Debussy,
quien subrayó y anotó su ejemplar de El jesuita, la autobiografía que Bergoglio
acaba de publicar en su descargo. Los viajes más largos eran entre San Miguel y
la Ciudad de Buenos Aires. Varias veces le comentó encuentros con el miembro de
la Junta Militar Emilio Massera. “Me dijo que quería proteger a los novicios y
estudiantes (dos veces aparecieron milicos cuando yo estaba en el noviciado,
nos hicieron salir, nos apuntaron. Después no nos acosaron más). Estaba en
negociaciones con él porque quería que la Marina comprara el Observatorio de
Física Cósmica, lindero al Colegio Máximo”. No se llegó a un acuerdo y en
diciembre de 1977 lo compró la Fuerza Aérea. Varias personas que trabajaban
allí “fueron secuestradas y cuando recuperaron su libertad, fueron despedidas
por Bergoglio”, dice Riquelme. “Hay quienes dicen que los protegía, porque les
pagó el último sueldo”.
A Mom Debussy, Bergoglio también le habló en los viajes del
proyecto político de Massera.
–¿Con simpatía?
–Seguro que con disgusto no. Le parecía bien que fuera
contra Videla.
Yoga y oración
En La Manuelita estaba la parroquia Jesús Obrero. Allí se
instaló el sacerdote Jorge Adur, quien era integrante de Montoneros, con tres
seminaristas de la orden asuncionista que estudiaban teología en la Facultad
que funcionaba en el Máximo. Con Adur tenían un vínculo afectivo pero no
político, porque “para ellos toda la política era el diablo. Nos lo habían
dicho a los pibes del barrio para desaconsejarnos la militancia. Meditaban diez
horas por día, hacían yoga y oración. Pensaban irse a la Patagonia por un año a
meditar. Eran contemplativos, como Jalics”, dice Riquelme. Dos de esos
seminaristas, Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, fueron
capturados el 4 de junio de 1976, en un operativo del Ejército y la policía con
armas y uniformes a la vista. Adur no había ido a dormir esa noche al barrio.
“Por la mañana los vecinos se turnaron para esperarlo en la parada de colectivo
y avisarle para que se fuera.” Diez días después, “un grupo del Ejército me
levantó a mi y a Haydé Balmaceda, de la Unidad Básica de La Manuelita, que era
ayudante de una clínica. Creo que el lugar al que nos llevaron era una
comisaría, a veinte minutos del Camino Negro, donde nos tuvieron encapuchados.
Tenía celdas, baño y sala de torturas, con electricidad. Nos torturaron y nos
preguntaron por esos curas y por la posta sanitaria de Montoneros”. Dos días
después los sacaron en un camión, a las 4 de la mañana. Riquelme se cayó sobre
una persona, que le preguntó:
–¿Quien sos?
–Lorenzo.
–¡Que suerte, no quería morir sola! –le respondió Balmaceda.
Los llevaron a un descampado y los hicieron arrodillar. “Yo
quería morir de pie y gritando alguna consigna heroica como en las películas.
Pero tenía la garganta cerrada. Me pegaron un empujón y se fueron. Pensé que
estaba muerto. Haydé me decía que nacimos de nuevo el mismo día y que la
gordura la salvó de que la violaran.”
Guardias con FAL
Durante los días de ausencia de Riquelme, el capellán Martín
González le dijo a su novia: “Este se fue a curar guerrilleros”. La detuvo en
el Colegio el grupo de marinos que se habían instalado en el Observatorio.
Mientras le pegaban, González participaba. “Decí dónde está, mejor que hables
porque si no no puedo hacer nada por vos”. Riquelme se había refugiado en la
casa de una compañera de facultad, hija de un militar. A las nueve de la noche
la novia no pudo resistir más. Lo llamó por teléfono al número que él le había
dado, le preguntó dónde estaba y le pidió que la esperara allí. “Veinte minutos
después caen y me levantan. Encapuchado, me llevan hasta una casa operativa,
creo que en Bella Vista. No me creían que ya había estado secuestrado, me
torturaban y me decían que había estado curando gente.” A la madrugada lo
sacaron de allí. Uno lo asía del brazo.
–¿Qué va a pasar? –preguntó Riquelme
–No sé, están decidiendo –le respondió.
Lo llevaron hasta una ruta y lo tiraron en una zanja.
“Cuando se van me levanto, camino y reconozco que estoy a 200 metros del
Colegio Máximo, en el barrio que está enfrente.” Recién días después, Riquelme
pudo hablar con su novia. “Me cuenta que me entregó porque González le dijo que
colaborara. Yo lo conocía desde que fui boy scout. Siempre venía de la Escuela
Lemos con chofer en una F100 del Ejército, acompañado por dos guardias con FAL.
Nunca pude acercarme para hablar con él.” Graciela Podestá recuerda que el
sacerdote de apellido español comentó: “Espero que esto sirva de lección”.
El uso de armas era habitual en el predio jesuita.
“Bergoglio nos mandaba a hacer guardia nocturna con carabinas .22 y balas de
plomo, cuando se recuperó la pileta de natación de los fondos del Máximo y hubo
algún intento por bañarse de la gente del barrio aledaño, donde hacíamos
catequesis y visitábamos las casas”, recuerda Mom Debussy. Riquelme fue uno de
los jóvenes que lo intentaron. “El hermano Rivisic me tiró con la 22, porque me
metía en la piscina. Me pasó cerca de la pierna y me dijo que la próxima vez me
tiraba a pegar”, recuerda.
Almuerzo con granadas
En el Observatorio “había gente izquierdosa. Mariano Castex
llevó ahí a muchos profesores de Exactas reprimidos en la noche de los bastones
largos, curas progres, ex seminaristas. La Marina lo limpió. En 1975 hubo un
Congreso controlado por el SIDE y la Marina”, dice Riquelme. Sus recuerdos
coinciden con los de Mom Debussy. Ellos no se conocen y las entrevistas se
realizaron por separado. “Bergoglio invitaba al Colegio Máximo a oficiales de
Campo de Mayo, que venían de uniforme. Una vez llegaron varios con ropa de
combate y unas granadas redondas colgando. Los recibió en el comedor viejo del
tercer piso, que después el mismo Bergoglio clausuró. Estábamos cenando y
llegaron con un capellán”, recuerda Mom Debussy. Podestá y Ríos cuentan que en
el barrio corren historias sobre cuerpos enterrados en las adyacencias del
Colegio Máximo y su viejo cementerio. Según esa leyenda un cuidador del Colegio
y varios vecinos vieron fantasmas de gente sangrante.
Después del segundo secuestro, Riquelme se fue a vivir en
una casa de la calle Malabia al 1400, en la Ciudad de Buenos Aires, que
pertenecía a la Faternidad de Hermanitos del Evangelio Charles Foucauld. Allí
vivían los curas Jesús y Mauricio Silva Iribarnegaray. Mauricio trabajaba como
barrendero municipal. El 22 de mayo de 1977, Riquelme se fue de la Argentina
hacia Francia, donde aún vive. Su hija, nacida en París, se apasiona por
entender aquella época. Desde hace dos años estudia Ciencias Políticas en la
Argentina. “Mauricio me acompañó al aeropuerto. A él lo secuestraron quince
días después”, y sigue desaparecido. En París, participó en la denuncia de las
atrocidades de la dictadura. “Adur estaba deprimido. Algunos padres le
escribieron que era un sinvergüenza que vive en el dorado exilio y a mi hijo lo
mataron. Por eso aceptó ese rol ridículo de capellán del llamado Ejército
montonero.
Lo secuestraron en 1980 cuando llegó con documentos falsos e intentó
ir a Brasil para acercar a las Madres de Plaza de Mayo al papa”. Desde París,
Riquelme le hacía el control telefónico. Cuando Adur dejó de llamar, Riquelme
avisó a los asuncionistas, que son dueños del diario La Croix, pero recién al
cabo de una semana aceptaron publicar una nota en condicional. “Me decían que
Adur sabía lo que le podía pasar. Jesús también sabía, les contesté”.
Luna Campos
ResponderEliminarJode..... que gente, buscando, buscando, el que busca tanto tiene la mano limpia? somos humanos, por lo tanto tenemos defectos, ya esta bienjolines, que asco
Ernesto Garcia Scheible
ResponderEliminarPues ahora me cae mejor, si cabe, el nuevo Papa. Cuando unos cuantos judíos argentinos prosionistas, como Sergio Rubín u Horacio Verbitsky se preocupan tanto por contar supuestas malas acciones realizadas por el nuevo Papa en el pasado, simplemente por testimonios sin contrastar ni probar de unos "teólogos" y algún "laico" anticatólico argentino, será porque este Papa es un tio estupendo y a los anticatólicos les preocupa.