Difícil salida para Egipto


Puede decirse que la primavera árabe con la esperanza del tránsito a la democracia se han visto truncadas en cuantos países había aparecido alguna esperanza de que el islamismo y la democracia podían llegar a ser compatibles. Hemos visto que la desaparición de dictadores en Egipto, Libia o Túnez, ha conducido a una radicalidad en la división y les toca elegir entre radicales que no ha llevado a cambiar los usos y costumbres de estos países.
Tras las ingenuas alabanzas a las engañosas similitudes entre la llamada primavera árabe y un tránsito real a una democracia, nos encontramos con la realidad política tal como es, no tal como desearíamos que fuese. Los radicales islámicos obtuvieron una victoria en un descuido del resto, y se aplicaron a lo suyo, sin nada que ver con una democracia respetuosa con la ley y las libertades civiles y los derechos ciudadanos.
Mientras en los hogares de los seguidores de Ala sigan bajo el yugo de los varones y el papel de la mujer no sea más que de una mercancía comprada con el puro objeto para procrear, no se puede hablar de una evolución hacia la libertad cuando la mitad de sus habitantes está subordinada a la otra mitad.
Los militares egipcios depusieron al presidente, y sus partidarios parecen dispuestos a la guerra civil, a cualquier cosa menos a admitir un poder que no se conforme con sus rígidas exigencias, con su intolerancia hacia todo lo que suene a occidental o a libertad política. Estamos, pues, ante una ecuación mal planteada, y que no parece admitir ninguna solución civilizada. Es lo que sucede cuando una parte importante de la población no entiende que debe renunciar a imponer al resto sus convicciones, conveniencias y creencias.
En los países musulmanes que han tenido este rayo de esperanza se ha visto truncado ya que en poco tiempo han sustituido cualquiera de las dictaduras anteriores por franquicias de Al Qaeda cuando se comprueba que cualquier intento de aproximación a formas de democracia como las vigentes en el resto del mundo necesita necesariamente la renuncia de los islamistas radicales a imponer sus normas; caso contrario, sólo caben dos soluciones, que el resto acepte las reglas de juego de los radicales islámicos, es decir que renuncie a cualquier forma de gobierno mínimamente parecida a la democracia, o que trate de imponerse por otros procedimientos.
En Egipto se está, pues, en un estado de conflicto civil que es incompatible con la democracia, en la medida misma en que toda democracia exige una renuncia sustancial a la violencia y, consecuentemente, la aceptación de que se puedan hacer cosas que no gusten a unos u a otros, conforme a la definición de la palabra libertad.
En la medida en que los Hermanos Musulmanes han dado pruebas de querer ahogar, desde el poder, cualquier opción distinta a la suya, es imposible que se llegue a una solución pacífica, puesto que la paz requiere, necesariamente, la voluntad de buscarla. Ahora estamos ante muestras de violencia por parte de las fuerzas gubernamentales, pero es importante reconocer que esa violencia, por condenable que pueda resultar, es inevitable cuando grupos incontrolados pero suficientemente poderosos no están dispuestos a consentir la libertad del resto de los ciudadanos. Cabe esperar que la firmeza del Gobierno obligue a los radicales a tratar de obtener acuerdos, pero tampoco es descartable que se produzca una guerra civil cruenta, larga y de resultado incierto.

Comentarios

  1. Maria Gloria Arnillas Marin

    yo no veo ninguna salida en el mundo musulmán. está todo teledirigidoooo

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  2. Estefanía Wonder

    No llego a acabar de asimilar, el boom repentino de tanto ataque a Dictadores en nombre de la Democracia, cuando cualquier sociólogo no muy experto conoce las situaciones de las poblaciones que eran llamadas a "liberar". Ya no sé si es algo calculado para tener a un bloque tan temido como es el Islamismo radical como pretexto de guerras petrolíferas. ¡Mal pensada que es una en la macropolítica!

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