Energia zapatética

 Energía zapatética

El presidente del Gobierno llegó a La Moncloa en 2004 con la cabeza llena de planes de corte ideológico para cambiar España de arriba abajo, entre ellos el de convertirnos en el país ‘verde’ por excelencia, firmando la sentencia de muerte de la energía nuclear y apostando, a cambio, por transformarnos en el paraíso de las energías renovables.

De esta forma y sin hacer ningún caso a las recomendaciones de los técnicos y con el fin de contentar a una parte radical de su electorado,  Rodríguez Zapatero, se embarcó en una política energética solo desde el punto de vista  ideológico, que lejos de atacar de raíz los problemas desde el punto de vista de nuestra economía, se dedicó a planificar y ejecutar lo que tenía en mente, sin querer asomarse lo más mínimo a la realidad. Así llenó nuestros campos de placas solares subvencionadas a precio de oro, que ni siquiera producen el 10% de la energía y nos cuesta diez veces más que otras fuentes. Ahora, esa realidad autónoma de la voluntad de ZP ha seguido su curso y puede poner a España contra las cuerdas dentro de la ya grave situación energética y económica.

Nuestro país tiene una dependencia del petróleo y del gas muy elevada. El 75% de la energía que consumimos viene del Norte de África y Oriente Medio, zonas todas ellas afectadas ahora mismo por revueltas que no se sabe cómo van a acabar. En España no producimos ni petróleo ni gas, con lo que nuestra dependencia del exterior es, también del 75%, frente al 50% del promedio de la Unión Europea. Esto no es nuevo; siempre ha sido así porque el modelo de desarrollo económico español ha sido intensivo en el consumo de energía, lo mismo que en el resto de Europa.

En Francia y otros países avanzados tuvieron muy claro que había que reducir la dependencia del petróleo y apostaron por la energía nuclear, aquí llegaron los socialistas al poder en 1982 y pararon todos los planes. Y mientras en el resto de la UE ya se están construyendo nuevas centrales nucleares, aquí seguimos cerrándolas aunque todavía tengan vida útil, para sustituirlas por los molinos y las placas solares que, ni de lejos, aportan en conjunto tanta energía como las centrales nucleares.

Con este panorama ahora llegan las revueltas políticas que están teniendo lugar en Oriente Medio y el norte de África, donde se encuentran nuestros principales abastecedores de petróleo y gas, Libia, Irán o Argelia por lo que las amenazas ya empiezan a cernirse sobre la economía mundial en general y la española en particular. Libia nos ha estado suministrando un tercio del petróleo que consumimos y ahora mismo  vemos como los pozos de Repsol han tenido que abandonarse visto el cariz que está tomando la revuelta contra su dictador.  Y pensemos además en lo que puede ocurrir si simplemente, alguno de los protagonistas de los conflictos de estas semanas deja de exportar petróleo o gas, o si los problemas se extienden a Argelia, de donde procede alrededor del 50% del gas que consumimos.

Otra cuestión es si los hechos que están teniendo lugar en Egipto van a implicar un posible cierre del Canal de Suez. Si se materializa esta posibilidad, el coste para la economía española muy importante que va a aumentar el precio, a causa de los mayores costes de transporte derivados de que los petroleros tengan que circunvalar todo el continente africano para llegar a nuestras costas. Ese coste puede devolvernos a la recesión y acelerar nuevamente la destrucción de empleo lo que provocará o nuevas pérdidas de competitividad si los salarios se adaptan a ello, lo cual sería un grave error, o menos poder adquisitivo y menores resultados empresariales y, por tanto, menos consumo, menos inversión, menos empleo, menos crecimiento económico  y más paro.

Lo que ya no podremos evitar es el aumento brutal del precio de los carburantes, todo esto es gracias a nuestro profeta energético que se ha empeñado en poner todos los huevos en la misma cesta y ahora anda rodando cuesta abajo hacia el batacazo final.