La historia como coartada del odio


La constante más definitoria del nacionalismo no es, en absoluto, el amor a lo propio, sino la confrontación con lo “otro”. La seña es el agravio, el victimismo y como consecuencia, el odio. El otro ha de ser etiquetado como el opresor, el malo, el vago y el ladrón. En la historia y en el presente. Y en el pasado y en la actualidad se exacerba hasta el paroxismo la diferencia y si es menester se inventa. El simposium que estos días han montado los separatistas catalanes es una prueba palpable de ello.

Se busca y se rebusca en la historia, en la lengua y hasta en la geografía todo aquello que incentive el sentimiento y el resentimiento contra quien se establece como el causante de todos los males seculares. Se anula cualquier vínculo, se desprecia todo lo que une y se entiérrale más mínimo vestigio común. Aunque estos sean milenarios y aunque permanezcan presentes y profundamente vivos en el momento presente.

Lo que se está perpetrando, con desprecio absoluto a cualquier rigor histórico y con clara voluntad de vulnerar la verdad y hasta la razón, es la búsqueda de una coartada en la que cimentar una conclusión ya tomada de antemano. España es la culpable. La sentencia ya está redactada de antemano y la tarea es revestir como se pueda los considerando condenatorios.

Esos señores que allí se conjuran en realidad de lo único que no quieren hablar es de historia. Ni de la antigua ni de la moderna. Ni que les menten que Barcelona, Barcino Nova, la ciudad del Barca, la fundó Amilcar que fue de aquellos que bautizaron toda está tierra como Hispania, ni de aquellos primeros condes catalanes de la Marca Hispánica, ni que el tercero de ellos, Ramón Berenguer se fue a casar con ¡una hija del Cid! Y que descendientes suyos acabaron dando reyes a Castilla. Que la unidad de España la hicieron esa corona y la de Aragón, de la que fueron parte y que en ella permanecieron como todos y que esa fecha que utilizan como referente, 1714, fue el resultado de una guerra de sucesión entre dos dinastías que se disputaban el trono y donde parte de Cataluña se alió con el bando perdedor.

Entender Cataluña sin España o España sin Cataluña choca con la práctica totalidad de los apellidos que indican la procedencia de sus ciudadanos. Pero hacerlo ahora es además el colmo absoluto de la desfachatez.

Ha sido la democracia, ha sido la Constitución, votada con entusiasmo y más que en territorio alguno, por los catalanes pues amen de la devolución de la soberanía “al conjunto del pueblo español” y las libertades añadía en su caso el respeto y el restablecimiento de señas de identidad y autogobierno, quién lo ha propiciado y que no solo no se les ha negado tal avance sino que con ella han alcanzado la mayor profundidad y alcance de toda su historia. Eso es lo que ha hecho España. Esa es la verdad perfectamente demostrable y de lo que esos señores no van a hablar.

El discurso del odio y del agravio lleva una gran ventaja, alimentado sin cesar y sin pausa enconado. Es hora de denunciarlo como lo que en realidad es: una gran patraña que busca un objetivo predeterminado de antemano y que anhela crear el clima sentimental e incluso irracional que posibilite el choque. Pero es también hora de contrarrestarlo, y eso desdichadamente no se ha hecho, o se ha hecho mal, con las razones, los antecedentes, los hechos y las virtudes de la unidad tanto para compartir éxitos como para afrontar dificultades. Y ahora que transitamos más por lo segundo que por lo primero es cuando menos precisamente se deberían despilfarrar esfuerzos y si unir todo los alientos para salir del atolladero. Que es el mismo y que una vez más prueba lo que somos y donde estamos. En el mismo barco y en la misma tormenta.

Antonio Pérez Henares

Comentarios

  1. Javier Albert Gutiérrez

    Hitler lo escribió muy claro en su libro Mein Kampf y lo repitió hasta la saciedad. "Nuestro discurso debe fomentar el odio y el fanatismo, porque las masas se comportan como niños". Lo que más fácil mueve a las masas es el odio y la emoción, razón y ciencia son retórica inútil.

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  2. Joaquin Pastor

    Oiga y si preguntamos al pueblo catalan lo que quiere ó deja de desear?

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  3. Miguel Fernández

    Es que el sujeto político no es un "pueblo catalán", el sujeto político es el pueblo español.

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