Un Congreso descontrolado

El Congreso, del confinamiento al lodazal. (EFE)

El Congreso de los Diputados se ha convertido en una reunión de niñatos desalmados. Niñatos, sí. Sin alma, sí. Y sin vergüenza

Los Españoles hemos pagado el precio más alto por el empeño en anteponer las pasiones políticas, o partidistas, a cualquier otra consideración. La tragedia debería llevar a considerar qué es y para qué sirve la política en nuestro país. 

Muchas cosas encuentran arreglo después, a costa de daños considerables y algunas veces, como esta, irreparables. Los 27.892 fallecidos, que podrían haber sido muchos miles menos, pesarán siempre sobre la conciencia de la sociedad española. Y los 19.231 que sobran, los condenados a una muerte sin explicación alguna, porque el Gobierno no quiere asignarles ninguna causa específica, muertos porque sí, serán, hasta que alguien se decida a aclarar lo ocurrido, una herida abierta que irá corrompiendo nuestra vida en común. Muchos de ellos, como bastantes de los que están integrados en la contabilidad oficial, estaban entre los más vulnerables, los más débiles de todos nosotros, aquellos que no tenían medios para defenderse por su cuenta.

Y hoy como todos los días, los diputados se han pasado el tiempo echándose la culpa de estos muertos los unos a los otros, cuando los culpables de estas cifras aparte de covid de los demonios son quienes con sus decisiones han contribuido a aumentar el fatídico número. ¿Es miedo a consecuencias judiciales? 

Ojalá ningún familiar de los fallecidos por el coronavirus, tampoco un enfermo grave, haya visto y escuchado la sesión en el Congreso. Da vergüenza contemplar como pasan el tiempo 

Ojalá ningún familiar de los fallecidos por el coronavirus, tampoco un enfermo grave, haya visto y escuchado la sesión de este miércoles en el Congreso de los Diputados. Ojalá ninguno de los sentados en sus escaños haya perdido a alguien por culpa de la pandemia. Solo eso explica el tono, las formas, el lodazal en el que nadan felices muchas de sus señorías. Es una reunión de niñatos desalmados. Niñatos, sí. Sin alma, sí. Y sin vergüenza.

Lo único bueno de todo esto es que nos sirve para constatar, sin temor a equivocarnos, que a la política no llegan los mejores. También, para nuestra desgracia, que tenemos los políticos que nos merecemos.

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