El IPC marca su mínimo anual (5,8%), pero la inflación subyacente ya supera a la general

 

La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, ha celebrado los datos de inflación publicados este viernes, que muestran que los precios cayeron al 5,8% interanual en diciembre, ha atribuido la reducción a la bajada de la energía y ha previsto que la reducción del IVA en los alimentos prevista en el último escudo anticrisis servirá para bajar el índice subyacente, que se situó este mes en el 6,9%.

Los desmanes monetarios de los bancos centrales, unidos a los desmanes presupuestarios del gobierno de Sánchez trajeron la inflación. Un vertiginoso aumento de precios que llegaron a despreciar nuestros políticos por considerarlo transitorio.

Pero al Ejecutivo de Sánchez, Alberto Garzón, Yolanda Díaz o Nadia Calviño, poco le importa la realidad que vivan los españoles, para ellos, la fiesta continúa: en su último balance y justo antes de aprobar una ayuda peronista para que 4,2 millones de familias puedan comprar alimentos, Pedro Sánchez presumía de presidir una España campeona en creación de empleo y crecimiento del PIB. Además, se jactaba de estar "doblegando la curva de la inflación", decía ufano. El fenómeno económico que atravesamos es letal para las economías familiares pero fantástico para los gobernantes.



La tacañería como generosidad

Estas cifras llegan apenas unos días después de que el Gobierno aprobara un nuevo paquete de medidas para hacer frente a las crisis energética y de inflación. En este caso, la gran novedad ha estado en la reducción del IVA de ciertos productos básicos de la cesta de la compra, excluyendo la carne y el pescado.

Algunos productos como las frutas, las verduras o los huevos pasan de tener un IVA del 4% al 0%. Por otra parte, pastas alimenticias y aceites, que hasta ahora soportaban el impuesto al 10%, lo tendrán ahora al 5%. Así las cosas, esto se mantendrá como norma general hasta el 30 de junio, pero hay un factor que podría adelantar su desmantelamiento. La medida decaerá en caso de que la inflación subyacente baje del 5,5%.

Sin embargo, los datos no muestran que el IPC subyacente vaya a alcanzar esa cifra a muy corto plazo. En el mes de julio superó por primera vez el 6% y ya se ha instalado por encima de esa cota desde entonces. Llevaba dos meses estancado en el 6,2% en octubre y noviembre, y ahora en el último periodo del año ha experimentado una nueva escalada. Quizá lo único cierto y probado es que entramos en año electoral. Un año electoral exige adaptar el cuentagotas a las necesidades del momento.

No sorprenderá que el Gobierno haya sido cicatero en este último paquete del año que el presidente anunció feliz y satisfecho de su propia generosidad. No podrá sorprender, porque tacaño lo ha sido todo el tiempo. Siempre ha dispensado su racanería como si fuera dadivoso y siempre lo ha hecho con cuentagotas: en dosis homeopáticas con fechas de caducidad muy cortas. Este peculiar procedimiento sólo aumenta la sensación de incertidumbre, igual que la costumbre de alargar hasta el último minuto el suspense sobre si los paliativos van a mantenerse o no. Pero así se puede abrir y cerrar el grifo a conveniencia.

Figuras señeras de la izquierda, algunas de ellas miembros del Gobierno, advirtieron expresamente contra esa rebaja. Bajar el IVA de los alimentos era lo peor que se podía hacer. Era tan malo que sólo iba a beneficiar a los grandes y despiadados. Se insinuaron trucos, trampas y conjuras en la oscuridad. Se preferían las cestas, los cheques, cualquier cosa. Pero he ahí que el presidente salió el otro día a anunciar la rebaja hasta entonces reprobada como si todo este tiempo hubiera tenido en mente hacerla. Habló de los alimentos básicos con emoción. Parecía que iba a repartirlos él mismo entre los necesitados. No descendió a la letra pequeña ni se detuvo en el detalle de que la carne y el pescado quedaban fuera de la magnánima reducción, pero era evidente que la sentía y vivía como otra prueba nítida de la generosidad del Gobierno.

Más sorprendente es que un Gobierno tan reacio a las rebajas precisamente de ese impuesto haya aprobado una más. Allá en 2021, dijeron durante meses que era imposible bajar el IVA de la luz, porque Europa, la estricta y mandona Europa, no lo permitía. Hasta que resultó que sí se podía. Claro que se podía. Por fin lo hicieron, pero nada se dijo, ni una palabra, de hacer más llevaderas las facturas del gas. No fuera a ser que la gente se hiciera más "derrochólica", como dice la campaña del Ministerio para la Transición a la Edad de Piedra. Tuvo que ir Sánchez a Alemania a ver a Scholz este verano para darse cuenta de que ese IVA también se podía bajar. Claro que se podía. Y se bajó. Pero el de los alimentos era imposible.

Todo lo cual nos sume en la perplejidad. Si lo que decían contra la rebaja del IVA de los alimentos era cierto, no se entiende que el Gobierno lo haya bajado. Y aún es más incomprensible que el Gobierno no lo haya subido. Porque si era tan malo bajarlo, será bueno subirlo. Siempre que todo aquello fuera cierto, claro está. Aunque quizá lo único cierto y probado es que entramos en año electoral. Un año electoral exige adaptar el cuentagotas a las necesidades del momento. 

Figuras señeras de la izquierda, algunas de ellas miembros del Gobierno, advirtieron expresamente contra esa rebaja. Bajar el IVA de los alimentos era lo peor que se podía hacer. Era tan malo que sólo iba a beneficiar a los grandes y despiadados. Se insinuaron trucos, trampas y conjuras en la oscuridad. Se preferían las cestas, los cheques, cualquier cosa. Pero he ahí que el presidente salió el otro día a anunciar la rebaja hasta entonces reprobada como si todo este tiempo hubiera tenido en mente hacerla. Habló de los alimentos básicos con emoción. Parecía que iba a repartirlos él mismo entre los necesitados. No descendió a la letra pequeña ni se detuvo en el detalle de que la carne y el pescado quedaban fuera de la magnánima reducción, pero era evidente que la sentía y vivía como otra prueba nítida de la generosidad del Gobierno.

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