Para Torra los disturbios son obra de agitadores que hay que aislar

Cataluña lleva tres días soportando una ola de violencia, boicot y coacciones a la ciudadanía que en nada tienen que ver con la legítima protesta inherente a un Estado de Derecho. Anular cien vuelos, cortar carreteras, estaciones de tren, autovías y aeropuertos, de forma agresiva y en todo caso ilegal, no se justifica apelando a nada. La previsión es que va a aumentar a medida que llegue el fin de semana.

Y menos al carácter supuestamente represivo de una sentencia, la del Tribunal Supremo sobre el procés, que además de intachable jurídicamente es benévola con los ya condenados. La buena noticia es que los violentos son una ínfima proporción de los catalanes, e incluso de los independentistas. Y la mala, muy mala, es que actúan de manera coordinada y con total impunidad.

Ayer quemaron dos docenas de coches, multitud de contenedores, las llamas de los arboles alcanzaban comercios y las primeras y segundas plantas de los edificios con grave peligro para quienes  veían con temor e indignación la actitud de estos desalmados. 

La que les concede la Generalitat es previsible: Quim Torra se comporta siempre como el jefe de los CDR, a los que estimula e incentiva de manera escandalosa sin que haya una respuesta judicial a la altura de su irresponsabilidad. Se ha conocido hoy que l presidente de la Generalitat, Quim Torra, negoció con miembros de los CDR que estaban siendo investigados los términos en los que se producirían los cortes de carreteras que tuvieron lugar en la Semana Santa del año pasado en Cataluña como protesta por el arresto de Carles Puigdemont en Alemania y para pedir la libertad de los presos políticos. ¡Un presidente que juró la Constitución fomentando el terrorismo en su propio territorio!

Es tal el descaro de Torra que ayer abandonó el palacio de la Generalitat donde tenia una reunión con los miembros de la seguridad para unirse en Gerona a una de las columnas de independentistas que quieren confluir para incendiar mañana Barcelona. 

Desde hace unos años, estamos viendo cómo los grupos más radicales del separatismo catalán han ido copiando a los proetarras, cuando no han recibido directamente entrenamiento de ellos. De hecho, el 1-O llegaron a Barcelona varios autobuses con alguno de estos miembros para “calentar” la ciudad y dirigir ciertos operativos de guerrilla urbana.

La influencia y experiencia obtenida durante décadas en el País Vasco ha servido para convertir a Cataluña en un nuevo frente de batalla.Y aquí todos son culpables, por acción y por omisión: el actual presidente de Cataluña, Joaquín Torra, ha declarado en numerosas ocasiones su apoyo explícito a los CDR. Maite Pagazaurtundúa lo ha señalado correctamente: "Me suena mucho al País Vasco". Cataluña es el nuevo País Vasco en cuanto a violencia política se refiere. Frenar cuanto antes la escalada de violencia presionando a las instituciones para que llamen a las cosas por su nombre de una vez por todas.

Hay que actuar

PP y Cs coinciden que ha llegado el momento de tomar las riendas del la Generalitat de  Catalunya a través del artículo 155 que preve la destitución automática del President , quien parece ser el cabecilla de la rebelión, manejado a distancia desde Bruselas  

Pero no lo es tanto la del Gobierno de Sánchez, ya que este movimiento ha pillado a contrapié cara a unas elecciones que creia ganadas y que hasta ahora ha fracasado con estrépito en la respuesta policial al desafío de estos bárbaros y probablemente le tocará tomar medidas contra quienes han sido sus aliados en la moción de censura y le sustentaban en el Gobierno. Se les nota sobrepasados por estos acontecimientos.

La proporcionalidad de la respuesta se define por la magnitud del ataque, y en el caso de Cataluña ha sido rebasado ampliamente y tiene firma: la de los CDR y la de su nueva versión, ese vergonzante "Tsunami democrático" que lo dice todo de su desquiciamiento solo con el nombre. Y también el de quienes les auspician, protegen y relanzan.

No actuar, por delicado que sea, equivale a condenar a la indefensión a millones de ciudadanos que no comparten tantos excesos y sin embargo pagan las consecuencias. Algo que, sin esta violencia, ya sufren desde hace años en su día a día, en un ecosistema viciado por las imposiciones legales y sociales de un nacionalismo perverso que, simplemente, trata de enemigo a todo aquel que no comulga con sus desvaríos. Un país decente no puede seguir abandonándoles.